Alexander McQueen. Primavera Verano 2016.


Las modelos desfilaban con sus vestidos color tiza, con tiras de piel de color alabastro cruzadas sobre sus cuerpos. Parecían mágicas mientras caminaban sobre las planchas de madera de un antiguo colegio de París. 

Y daba igual que se tratara de trajes de noche, de faldas cortas o, incluso, de vaqueros; todos ellos causaban el mismo efecto de intenso embellecimiento en el desfile de Alexander McQueen.


"Es una oda a la artesanía, a los hugonetes que vinieron a Spitafields con los bolsillos llenos de semillas de flores", explicaba Sarah Burton sobre los religiosos inmigrantes franceses que cruzaron el Canal de La Mancha en el siglo XVII y se asentaron en el East End londinense, el lugar de las correrías del difunto Alexander McQueen. 

Cada temporada, Burton tiene un truco para encontrar una nueva fisura en el mundo de McQueen. Es capaz de hacer jirones de organza y sugerir que detrás de la belleza más deteriorada hay una historia. Es capaz de bordar un pájaro gigante en el cuerpo de un vestido de seda y hacer que parezca un buitre maligno; es capaz de envolver prendas negras de sastrería con pesadas cadenas para hacer un guiño pandillero. 

Pero, a la vez, consigue crear un sentimiento paralelo de dulzura y luz a través de estampados florales sobre los vestidos de noche tejidos con la mejor piel, a través de pinturas de flores sobre zapados y a través de una banda sonora titulada 'Willow's song', extraída de la película The Wicker Man (1973) y de I am Daylights, del cantante y compositor británico Songs of Green Pheasant.

Burton recibió una ovación por su imaginación y por la intensa belleza del desfile y el éxito se empareja muy bien también con la tienda de McQueen que acaba de inaugurarse en la Rue Saint-Honoré, en París, esta semana.


Fue en el backstage donde aprecié en todo su esplendor la extraordinaria artesanía que habían materializado en los atelieres de McQueen. Y eso que esto es pret-à-porter, no Alta Costura.

Lo que parecía estar hecho de papel resultó ser piel, solo que lavada y tratada. El encaje francés estaba hecho a mano con un enrejado de palomas y flores. Las joyas eran finas cadenas con cruces hugonotas prendidas a ellas. 

El show abrazó una tendencia general de esta temporada de primavera-verano 2016 dedicada a lo inocente y a la vestimenta pastoral. Pero esta versión lírica, con guiños tanto a la oscuridad como a la luz, ha sido un triunfo para Sarah Burton y para McQueen.



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